sábado, 21 de julio de 2012
Decimoséptimo día
CAPÍTULO 13
“ Cuando se marcha Paloma, totalmente sacudida por dentro, permanezco largo rato sentada en mi sillón. Luego, armándome de valor, marco el número de teléfono de Kakuro Ozu.
Paul N¨Guyen responde al segundo timbrazo.
- Ah, hola, señora Michel – me dice-, ¿ qué puedo hacer por usted?
- Pues me gustaría hablar con Kakuro.
- Está ausente en este momento – me dice -, ¿ quiere que la llame en cuanto vuelva?
- No, no- le digo, aliviada de poder operar con un intermediario-. ¿ Podría decirle que, si no ha cambiado de opinión, me encantaría cenar con él mañana por la noche?
- Por supuesto- dice Paul N¨Guyen.
Cuelgo el teléfono, me dejo caer de nuevo en mi sillón y me enfrasco durante una horita en pensamientos incoherentes pero agradables.
- Oiga, no huele aquí muy bien que digamos- articula una dulce voz masculina a mi espalda-. ¿ no ha venido nadie a arreglar esto?
Ha abierto la puerta tan despacio que no lo he oído. Es un hombre joven, moreno y guapo, con el pelo un poco alborotado, una cazadora vaquera recién estrenada y unos grandes ojos de cocker pacífico.
- ¿Jean? ¿ Jean Arthens?- pregunto, sin dar crédito a lo que veo.
- Pues sí- dice, inclinando la cabeza hacia un lado, como hacía antes.
Pero eso es todo lo que queda del deshecho humano, de la joven alma quemada de cuerpo descarnado; Jean Arthens, antes tan próximo a la caída, ha optado visiblemente por el renacer.
- ¡Tiene un aspecto fenomenal!- le digo, con la mejor de mis sonrisas.
Me la devuelve amablemente.
- Hola, señora Michel – me dice-, me alegro de verla. Le queda bien- añade, señalando mi pelo.
- Gracias- le digo-. Pero ¿ qué te trae por aquí? ¿ Quieres una taza de te?
- Ah...- dice, con una pizca de vacilación de antaño-. Pues sí, claro, encantado.
Preparo el té mientras se acomoda en una silla, mirando a León con ojos estupefactos.
- ¿ Antes ya era así de gordo ese gato?- inquiere sin la más mínima perfiria.
- Sí, no es muy deportista que digamos.
- Y por casualidad, ¿ no será el que huele mal?- pregunta, olisqueando con aire consternado.
- No, no- le aseguro-, es un problema de cañerías.
- Debe de resultarle extraño que aparezca aquí así, tan de repente –dice-, sobre todo porque usted y yo tampoco es que habláramos mucho nunca, ¿eh?, no era yo muy locuaz cuando...bueno, cuando vivía mi padre.
- Me alegro de verlo y, sobre todo, parece que se encuentra usted bien- le digo con sinceridad.
- Pues sí-dice-...vuelvo de muy lejos.
Aspiramos simultáneamente dos sorbitos de té hirviendo.
- Estoy curado, bueno, creo que estoy curado- dice-, si es que de verdad se cura uno algún día. Pero ya no toco la droga, he conocido a una buena chica, bueno, más bien una chica fantástica, tengo que decir.
Se le iluminan los ojos y resopla ligeramente mientras me mira-. Y he encontrado un trabajito bien majo.
- ¿ A qué se dedica?- le pregunto.
- Trabajo en el almacén de un astillero.
- ¿ De barcos?
- Pues sí, y es un trabajo muy agradable. Allí siempre tengo la sensación de estar de vacaciones. Viene la gente y me habla de su barco, de los mares a los que va, de los mares de los que vuelve, me gusta; y estoy muy contento de trabajar,¿sabe?
- ¿ Y en qué consiste exactamente su trabajo?
- Pues soy como una especie de factótum : trabajo de reponedor, de chico de los recados, ya sabe. Pero con el tiempo he ido aprendiendo, así que ahora ya de vez en cuando me encargan tareas más interesantes: arreglar velas, obenques, establecer inventarios para un avituallamiento...
¿ Son ustedes sensibles a la poesía del término? Se avitualla una embarcación o un ejército, se abastece una ciudad. A quienes no han comprendido que el embrujo de la lengua nace de tales sutilezas, dirijo la exhortación siguiente: desconfíen de las comas.
- Pero usted también tiene muy buen aspecto-dice, mirándome con cordialidad.
- ¿ Si? Bueno, se han producido ciertos cambios beneficiosos para mí.
- ¿Sabe?-me dice-, no he venido a ver mi casa o a nadie de aquí. Ni siquiera estoy seguro de que me reconocieran; de hecho, me había traído el carné de identidad, por si acaso tampoco usted me reconocía. No, -prosigue-, he venido porque no consigo acordarme de algo que me ha ayudado mucho, ya cuando estaba enfermo y también después, durante mi curación.
- ¿ Y puedo yo serle útil en algo?
- Sí, porque fue usted quien me dijo el nombre de esas flores, un día. En ese arriate de allí- señala con el dedo el fondo del patio-, hay unas florecitas blancas y rojas muy bonitas, las plantó usted ¿verdad? Y un día le pregunté qué flores eran, pero no fui capaz de retener el nombre en la memoria. Sin embargo, pensaba todo el rato en esas flores, no sé por qué. Son muy bonitas; cuando estaba mal, pensaba en esas flores y hacerlo me sentaba bien. Entonces, hoy pasaba por aquí y me he dicho: voy a preguntarle a la señora Michel, a ver si me sabe decir.
Jean espera mi reacción, un poco incómodo.
- Le debe parecer extraño, ¿ verdad? Espero no asustarla con estas historias mía de flores y tal.
- No- le digo-, en absoluto. Si hubiera sabido que le hacían tanto bien...! Las habría plantado por todas partes!
Se ríe como un chiquillo feliz.
Ah, señora Michel ¿ sabe usted?, prácticamente me salvaron la vida ¡ Eso ya es todo un milagro! Bueno, y entonces, ¿ me puede decir qué flores son?
Sí ,ángel mío, sí que puedo. En las calles del infierno, bajo el diluvio, sin aliento y con el corazón el los labios, una tenue luz . son camelias,
- Sí- le digo-.Son camelias.
Me mira fijamente, con los ojos abiertos de par en par. Luego una lágrima rueda por su mejilla de niño salvado.
- Camelias...-dice, perdido en un recuerdo que sólo le pertenece a él-. Camelias sí- repite, volviendo otra vez los ojos hacia mí-. Eso es. Camelias.
Siento una lágrima resbalar también por mi mejilla. Le cojo la mano.- Jean, no se hace una idea de lo mucho que me alegra que haya venido hoy a verme- digo.
- ¿ Ah, sí?- dice extrañado-. Pero ¿ por qué?
¿Por qué?
Porque una camelia puede cambiar el destino".
Del libro " La elegancia del erizo " de Muriel Barbery
Del libro " La elegancia del erizo " de Muriel Barbery
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